El
juego es una actividad presente en todos los seres humanos. Los etólogos lo han
identificado con un posible patrón fijo de comportamiento en la ontogénesis
humana, que se ha consolidado a lo largo de la evolución de la especie
(filogénesis).
Su universalidad es el mejor indicativo de la
función primordial que debe cumplir a lo largo del ciclo vital de cada
individuo. Habitualmente se le asocia con la infancia, pero lo cierto es que se
manifiesta a lo largo de toda la vida del hombre, incluso hasta en la
ancianidad.
Popularmente
se le identifica con diversión, satisfacción y ocio, con la actividad contraria
a la actividad laboral, que normalmente es evaluada positivamente por quien la
realiza. Pero su trascendencia es mucho
mayor, ya que a través del juego las culturas transmiten valores, normas de
conducta, resuelven conflictos, educan a sus miembros jóvenes y desarrollan
múltiples facetas de su personalidad.
La
actividad lúdica posee una naturaleza y unas funciones lo suficientemente
complejas, como para que en la actualidad no sea posible una única explicación
teórica sobre la misma. Bien porque se aborda desde diferentes marcos teóricos,
bien porque los autores se centran en
distintos aspectos de su realidad, lo cierto es que a través de la historia
aparecen muy diversas explicaciones sobre la naturaleza del juego y el papel
que ha desempeñado y puede seguir desempeñando en la vida humana.
Pensadores clásicos como Platón y Aristóteles
ya daban una gran importancia al aprender jugando, y animaban a los padres para
que dieran a sus hijos juguetes que ayudaran a “formar sus mentes” para
actividades futuras como adultos.
En
la segunda mitad del siglo XIX, aparecen las primeras teorías psicológicas
sobre el juego. Spencer (1855) lo
consideraba como el resultado de un exceso de energía acumulada. Mediante el
juego se gastan las energías sobrantes (Teoría del excedente de energía).
Lázarus (1883), por el contrario, sostenía que los individuos tienden a realizar
actividades difíciles y trabajosas que producen fatiga, de las que descansan
mediante otras actividades como el juego, que producen relajación (Teoría de la
relajación). Por su parte Groos (1898, 1901) concibe el juego como un modo de
ejercitar o practicar los instintos antes de que éstos estén completamente
desarrollados. El juego consistiría en un ejercicio preparatorio para el
desarrollo de funciones que son necesarias para la época adulta. El fin del
juego es el juego mismo, realizar la actividad que produce placer (Teoría de
la práctica o del preejercicio).
Iniciado
ya el siglo XX, nos encontramos, por ejemplo, con Hall (1904) que asocia el
juego con la evolución de la cultura humana: mediante el juego el niño vuelve a
experimentar sumariamente la historia de la humanidad (Teoría de la
recapitulación). Freud, por su parte, relaciona el juego con la necesidad de la
satisfacción de impulsos instintivos de carácter erótico o agresivo, y con la
necesidad de expresión y comunicación de sus experiencias vitales y las
emociones que acompañan estas experiencias. El juego ayuda al hombre a
liberarse de los conflictos y a resolverlos mediante la ficción.
En
tiempos más recientes el juego ha sido estudiado e interpretado de acuerdo a
los nuevos planteamientos teóricos que han ido surgiendo en Psicología.
Piaget
(1932, 1946, 1962, 1966) ha destacado tanto en sus escritos teóricos como en sus observaciones clínicas la
importancia del juego en los procesos de desarrollo. Relaciona el desarrollo de
los estadios cognitivos con el desarrollo de la actividad lúdica: las diversas
formas de juego que surgen a lo largo del desarrollo infantil son consecuencia
directa de las transformaciones que sufren paralelamente las estructuras
cognitivas del niño. De los dos componentes que presupone toda adaptación
inteligente a la realidad (asimilación y acomodación) y el paso de una
estructura cognitiva a otra, el juego es paradigma de la asimilación en cuanto
que es la acción infantil por antonomasia, la actividad imprescindible mediante
la que el niño interacciona con una
realidad que le desborda. Sternberg (1989), comentando la teoría piagetiana
señala que el caso extremo de asimilación es un juego de fantasía en el cual
las características físicas de un objeto son ignoradas y el objeto es tratado
como si fuera otra cosa. Son muchos los autores que, de acuerdo con la teoría
piagetiana, han insistido en la importancia que tiene para el proceso del
desarrollo humano la actividad que el propio individuo despliega en sus
intentos por comprender la realidad material y social. Los educadores,
influidos por la teoría de Piaget revisada, llegan a la conclusión de que la
clase tiene que ser un lugar activo, en el que la curiosidad de los niños sea
satisfecha con materiales adecuados para explorar, discutir y debatir (Berger y
Thompson, 1997). Además, Piaget también fundamenta sus investigaciones sobre el
desarrollo moral en el estudio del desarrollo del concepto de norma dentro de
los juegos. La forma de relacionarse y entender las normas de los juegos es
indicativo del modo cómo evoluciona el concepto de norma social en el niño.
Bruner
y Garvey (1977), retomando de alguna forma la teoría del instinto de Gras,
consideran que mediante el juego los niños tienen la oportunidad de ejercitar
las formas de conducta y los sentimientos que corresponden a la cultura en que
viven. El entorno ofrece al niño las posibilidades de desarrollar sus
capacidades individuales mediante el juego, mediante el “como si”, que permite
que cualquier actividad se convierta en juego (Teoría de la simulación de la
cultura). Dentro de esta misma línea, la teoría de Sutton-Smith y Robert (1964,
1981) pone en relación los distintos tipos de juego con los valores que cada
cultura promueve: El predominio en los juegos de la fuerza física, el azar o la
estrategia estarían relacionados con distintos tipos de economía y organización
social (teoría de la enculturización).
Vygotsky
(1991), por su parte, se muestra muy crítico con la teoría de Gras respecto al
significado del juego, y dice que lo que caracteriza fundamentalmente al juego
es que en él se da el inicio del comportamiento conceptual o guiado por las
ideas. La actividad del niño durante el juego
transcurre fuera de la percepción directa, en una situación imaginaria.
La esencia del juego estriba fundamentalmente en esa situación imaginaria, que
altera todo el comportamiento del niño, obligándole a definirse en sus actos y
proceder a través de una situación exclusivamente imaginaria. Elkonin (1980),
perteneciente a la escuela histórico cultural de Vygotsky (1933, 1966), subraya
que lo fundamental en el juego es la naturaleza social de los papeles
representados por el niño, que contribuyen al desarrollo de las funciones
psicológicas superiores. La teoría histórico cultural de Vygo
tsky y las investigaciones transculturales posteriores han superado también la idea piagetiana de que el desarrollo del niño hay que entenderlo como un descubrimiento exclusivamente personal, y ponen el énfasis en la interacción entre el niño y el adulto, o entre un niño y otro niño, como hecho esencial para el desarrollo infantil. En esta interacción el lenguaje es el principal instrumento de transmisión de cultural y de educación, pero evidentemente existen otros medios que facilitan la interacción niño-adulto. La forma y el momento en que un niño domina las habilidades que están a punto de ser adquiridas (Zona de Desarrollo Próximo) depende del tipo de andamiaje que se le proporcione al niño (Bruner, 1984; Rogoff, 1993). A que el andamiaje sea efectivo contribuye, sin duda, captar y mantener el interés del niño, simplificar la tarea, hacer demostraciones... etc, actividades que se facilitan con materiales didácticos adecuados, como pueden ser los juguetes. Según Vygotsky, el juego no es la actividad predominante de la infancia, puesto que el niño dedica más tiempo a resolver situaciones reales que ficticias. No obstante, la actividad lúdica constituye el motor del desarrollo en la medida en que crea continuamente zonas de desarrollo próximo. Elkonin (1978), Leontiev (1964, 1991), Zaporozhets (1971) y el mismo Vygotsky (1962, 1978), consideran, en opinión de Bronfenbrenner (1987) a los juegos y la fantasía como actividades muy importantes para el desarrollo cognitivo, motivacional y social. A partir de esta base teórica, los pedagogos soviéticos incorporan muchas actividades de juego, imaginarias o reales, al currículo preescolar y escolar de los primeros cursos. A medida que los niños crecen, se les atribuye cada vez más importancia a los beneficios educativos a los juegos de representación de roles, en los que los adultos representan roles que son comunes en la sociedad de los adultos.
tsky y las investigaciones transculturales posteriores han superado también la idea piagetiana de que el desarrollo del niño hay que entenderlo como un descubrimiento exclusivamente personal, y ponen el énfasis en la interacción entre el niño y el adulto, o entre un niño y otro niño, como hecho esencial para el desarrollo infantil. En esta interacción el lenguaje es el principal instrumento de transmisión de cultural y de educación, pero evidentemente existen otros medios que facilitan la interacción niño-adulto. La forma y el momento en que un niño domina las habilidades que están a punto de ser adquiridas (Zona de Desarrollo Próximo) depende del tipo de andamiaje que se le proporcione al niño (Bruner, 1984; Rogoff, 1993). A que el andamiaje sea efectivo contribuye, sin duda, captar y mantener el interés del niño, simplificar la tarea, hacer demostraciones... etc, actividades que se facilitan con materiales didácticos adecuados, como pueden ser los juguetes. Según Vygotsky, el juego no es la actividad predominante de la infancia, puesto que el niño dedica más tiempo a resolver situaciones reales que ficticias. No obstante, la actividad lúdica constituye el motor del desarrollo en la medida en que crea continuamente zonas de desarrollo próximo. Elkonin (1978), Leontiev (1964, 1991), Zaporozhets (1971) y el mismo Vygotsky (1962, 1978), consideran, en opinión de Bronfenbrenner (1987) a los juegos y la fantasía como actividades muy importantes para el desarrollo cognitivo, motivacional y social. A partir de esta base teórica, los pedagogos soviéticos incorporan muchas actividades de juego, imaginarias o reales, al currículo preescolar y escolar de los primeros cursos. A medida que los niños crecen, se les atribuye cada vez más importancia a los beneficios educativos a los juegos de representación de roles, en los que los adultos representan roles que son comunes en la sociedad de los adultos.
Desde
una perspectiva norteamericana, los juegos utilizados como instrumento
educativo en la Unión Soviética elevarían
notablemente el nivel de conformidad social y sometimiento a la
autoridad de los niños. Bronfenbrenner (1987), por su parte, opina que existen
motivos para creer que el juego puede utilizarse con la misma eficacia para
desarrollar la iniciativa, la independencia y el igualitarismo. Además
considera que varios aspectos del juego no sólo se relacionan con el desarrollo
de la conformidad o la autonomía, sino también con la evolución de formas
determinadas de la función cognitiva. En este sentido, ha comprobado que las
operaciones cognitivas más complejas se producían en el terreno del juego fantástico.
Pero
no sólo es importante el papel del juego porque desarrolla la capacidad
intelectual, sino también porque potencia otros valores humanos como son la
afectividad, sociabilidad, motricidad entre otros. El conocimiento no puede
adquirirse realmente si no es a partir de una vivencia global en la que se
comprometa toda la personalidad del que aprende.
Son muchos los autores, por tanto, que bajo distintos
puntos de vista, han considerado y consideran el juego como un factor
importante y potenciador del desarrollo tanto físico como psíquico del ser
humano, especialmente en su etapa infantil. El desarrollo infantil está directa
y plenamente vinculado con el juego, debido a que además de ser una actividad
natural y espontánea a la que el niño le dedica todo el tiempo posible, a
través de él, el niño desarrolla su personalidad y habilidades sociales, sus
capacidades intelectuales y psicomotoras y, en general, le proporciona las
experiencias que le enseñan a vivir en sociedad, a conocer sus posibilidades y
limitaciones, a crecer y madurar. Cualquier capacidad del niño se desarrolla
más eficazmente en el juego que fuera de él.
A través del juego el niño irá descubriendo y conociendo el
placer de hacer cosas y estar con otros. Es uno de los medios más importantes
que tiene para expresar sus más variados sentimientos, intereses y aficiones
(No olvidemos que el juego es uno de los primeros lenguajes del niño, una de
sus formas de expresión más natural). Está vinculado a la creatividad, la solución de problemas, al
desarrollo del lenguaje o de papeles sociales; es decir, con numerosos
fenómenos cognoscitivos y sociales. Tiene, entre otras, una clara función
educativa, en cuanto que ayuda al niño a desarrollar sus capacidades motoras,
mentales, sociales, afectivas y emocionales; además de estimular su interés y
su espíritu de observación y exploración para conocer lo que le rodea. El juego
se convierte en un proceso de descubrimiento
de la realidad exterior a través del cual el niño va formando y reestructurando
progresivamente sus conceptos sobre el mundo. Además le ayuda a descubrirse a
sí mismo, a conocerse y formar su
personalidad
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